Nunca deberíamos callar lo que sentimos porque muy pocas veces hay segundas oportunidades. Es curioso, pero cuando hablamos de relaciones, de sentimientos, muchas veces, en vez de transmitir todo aquello que sentimos nos dedicamos a hurtar información, ideas, a todo aquello que nos ronda por la cabeza y nos pasea el corazón.
Y lo curioso es que los miedos de cada uno nos impiden, como muros propios y construidos por cada uno de nosotros, vivir momentos que pudieron ser especiales o no, pero que nunca más sabremos cómo hubieran sido sin sentir. ese mismo miedo que nos impide decir todo lo que sentimos, todo lo que pensamos, todo lo que queremos.
Y lo más curioso es que cuando las relaciones se terminan, cuando la gente se muere o se va, cuando no tenemos a ese alguien al lado, en ese momento es cuando nos arrepentimos de no haber hablado, cuando pensamos en aquellas cosas que nunca dijimos. Aquellas cosas que nos evitaron rechazos, pero que seguramente también nos evitaron momentos absolutamente felices, momentos que no van a volver más.
Tengo mil miedos. Soy insegura y me aterroriza ser rechazada o incomprendida. Es por ello por lo que muchas veces las cosas que nunca dije fueron más que las que sí verbalicé. Y creo, honestamente, que esto ha de cambiar, que tengo que hacer propósito de enmienda y comunicarme y no solo decir lo que pienso que no hará daño al otro, o lo que tengo claro que será bien acogido, sino que tengo que decir aquello que temo para alejar el miedo y para al menos saber lo que pasa cuando, en ese momento, con el pánico escénico recorriendo mi garganta, logre pronunciar aquellas cosas que nunca dije y al menos, sin dudas, de una vez por todas, sabré lo que piensa la otra persona.