Lo bueno de la culpa, es que salva; a los demás, claro, pero salva. En la medida en que llenemos nuestra mochila, seguramente descargamos a alguien más de ello.
La culpa no te deja soñar, estar, reír sin complicaciones. Está siempre ahí para dirigir nuestras nuevas acciones, nuestros nuevos proyectos que se emprenden para eliminar a la culpa, y terminan siendo un tremendo monumento a su majestad.
No sé si decidí ser siempre la culpable, o fue un regalito de alguien más. No sé si es voluntario o es el torcimiento de las responsabilidades huérfanas, que flotan en el aire, esperando a que llegue yo y las recoja, como la ropa del tendedero.