Sí.
En algún momento creí en lo que no debía sentir. Pero el amor es fuerte. Es un lazo que te amarra los pies y la cabeza, impidiéndote correr para salvarte de la contaminación sentimental. Contaminación porque terminas asfixiándote con los deshechos de las ilusiones y las promesas. Ojalá algún día. Ojalá me quiera. Ojalá me recuerde cuando ya no esté ahí nunca más. Nunca más como promesa de amor propio. O como excusa para no volver a intentarlo.
Hablar de lo que me duele representa exponer la herida al sol. Hacerla visible y, con ello, vulnerable. Me expongo a que me rompas, una y otra, y otra vez. Que sea a tu antojo que me hagas pedazos, con tu forma inaudita de hacerme sentir que, a veces, los corazones rotos terminan con un final no tan desastroso. He venido exponiendo mi caso. La historia del gato que se enamora entre teja y teja, entre lunas menguantes y llenas, entre vidas perdidas y vidas gastadas.
Quiero creer que me amaste de una forma con la que no has amado a nadie. Quiero creer, también, que sigo en este camino porque dicen que, el verdadero amor termina algún día, pero en algún lugar han de encontrarse nuevamente. No mantengo mis defensas tan altas como para no enamorarme de otro gato, porque me voy a caer en las redes del amor tantas veces como me lo permitan las vidas que me quedan.
Has de esperarme, y has de enamorarte de otros. Has de hacer vidas y escribir historias de esas que el egoísmo te impide contarlas, porque han de ser solamente de dos. Como en dos se partirá nuestro corazón tras nuestra despedida, y el pino sonará de fondo mientras el uno mira cómo el otro se va.
Has de arriesgarte y te han de romper el corazón, has de sanar tan rápido como has de besar otros labios que te harán olvidar amores veraniegos. Has de olvidar también caricias, besos y baladas. Pero ahí estaré yo, presente, en algún rincón del recuerdo, mirándote y esperándote en aquel lugar donde la vida nos ha de juntar de nuevo.
Y ahí entenderás que, uno puede hacer mil vidas, escribir mil historias, bailar mil tormentas; pero siempre regresa al abrazo que te protegió del mundo. Y ahí estaré yo, con mis brazos abiertos, mientras llovizna; mientras nosotros seremos esa tormenta de la que no se sale bailando. -Benjamín Griss