Querido pasado,
Esta noche ha empezado como otra cualquiera. Planificando qué hacer, cómo distribuir el tiempo de la que es una bonita noche por delante para mí, pensando en cómo desarrollar mi Yo, en cosas sin más. Y pensando en cosas, he pensado que era un buen momento para desempolvar esa parte del armario que todos tenemos y que hace mucho tiempo que no nos atrevemos a tocar por miedo a lo que pueda haber ahí.
Además, que la parte de mi armario en cuestión es la más alejada, arriba al lado de la pared es decir, bastante intocable. El caso es que me he puesto a hurgar, teniendo suerte de ser de siempre bastante escrupulosa y esta ordenado. Lleno de polvo, pero ordenado. Sacando cosas y más cosas, he sacado triunfal una caja.
No es más grande que un cuaderno mediano de anillos. Y con querubines como decoración. Algo ñoños, con caras algunos a punto de disparar su flecha mortal, con cartas ✉ selladas en una mano otros. Lo primero que he pensado ha sido en contarlas. Y lo siguiente, en abrirla… claro. Al momento un olor a papel cerrado me ha golpeado. Y encuentro la caja llena. Hasta arriba de cartas.
Me ha sorprendido no haber reconocido antes esa caja. Pero ahí estaban. Todas las cartas de mi pasado. Perdón. Mi Pasado. Porque creo que no tengo en mi vocabulario una palabra con mayor propiedad que esa, Pasado. ¿Por qué? Muy simple, porque de él no queda hoy nada. Bueno, eso creía hasta esta noche.
Ahora tengo esta caja, y estas cartas. Muchos de esos pasados simplemente fueron disolviéndose, haciéndose difusos al principio para finalmente desaparecer. Otros están ahí, latentes pero tan lejanos que posiblemente no les reconocería hoy en día. Y luego está ese otro Pasado. El que hizo daño. El que dejó una herida que nunca va a cerrar y que sé que va a ser la causa de muchas de mis decisiones y actitudes.
Ese Pasado. El único que todas las mañanas me repito que no es pasado porque, simplemente, niego su existencia. Es un ejercicio duro, porque no todos los días bloqueas recuerdos. Y lo consigo. Y lo he conseguido. Lo sé porque esta noche ha sido cuando lo he comprobado. No he sentido nada. Ni rabia, ni pena, ni siquiera lo he echado de menos. Tan sólo lo he visto, y he sonreído. Porque ese pedacito es enteramente mío.
Y aunque el día de hoy sé que niego la existencia de las personas que escribieron ese pasado en esas cartas, también sé que hubo un día en que esas personas eran diferentes, éramos diferentes. Y era bonito.
Así que he tomado una decisión. Tras desempolvar las un poco, coger algunas que aún danzaban por otra caja que sí tengo localizada y reunirlas con sus hermanas, y mirarlas por última vez hasta la próxima vez, he cerrado cuidadosamente la tapa.
He limpiado el polvo que tenía por encima y la he vuelto a dejar donde estaba, en el hueco olvidado del armario. Pero ahora será diferente. Ya puedo olvidar tranquila.