Es de noche. Me encuentro bajo un hormigueo y un calor negro alimentado por el cansancio. Me siento rota y con la vista cansada. Apago la luz y enciendo un cigarrillo. Puedo escuchar el sonido arrugado del tabaco quemándose cada vez que aspiro una profunda calada.
El humo atraviesa mi interior, se mezcla con mis extrañas y las difuminada con la oscuridad. Con cada calada el pecho duele cada vez más, pero el cigarrillo es inagotable. Toso ligeramente y observo como la ceniza es expulsada en un gris artificioso y armónico contrastado por la luz del cigarro.
🍻Brindaré al vacío alzando mi copa mientras mi sonrisa es arrastrada por el cansancio y el hastío, con mis ojos cerrados y una lágrima traviesa quemando el vacío. Entonces caeré de rodillas mientras el vaso impacta herrando todo su interior. Lloraré, casi riendo, porque todo ha acabado de una vez por todas.
Lloraré, lloraré y lloraré, besaré tu saliva; y entonces me iré, para no volver nunca más. Las cosas cuando se acaban se acaban, y punto. ¿Qué oscuro placer encontramos en la sujeción de elementos rotos? Lo único que conseguimos es cortarnos mientras intentamos volver a recomponer las piezas de nuevo. Desvincularse no es una elección fácil. Pero el dos es un fiel compañero del uno.