Sólo quien es capaz de llorar es capaz de amar. Cuando se está seguro del amor de una persona, se va siempre por el mundo convencido del afecto de todos. El amor es la piel sensible de la prisa por vivir. Si ninguno de nosotros dos puede dominar al otro, el amor nuestro será imposible.
Cuando el amor le llega a una mujer, admira. Cuando le comienza el desamor, respeta, pero cuando definitivamente ha dejado de amar a ese amor, odia. ¡Hay que ver cuánto se aprende de la expresión del rostro infeliz de una mujer! Los amantes y los criminales se asemejan por cuanto ambos reflejan en su rostro la exaltación del pecado consentido. Si se pudiera hablar de celos inteligentes, tendríamos que referirnos a los de las mujeres.
El amor y la solidaridad tal vez no atajen a la muerte, pero la retrasan. Piénselo bien, toda infidelidad de mujer es más perdonable. La mejor amante es la que comienza y termina por ser nuestra mejor amiga. En cualquier tipo de ruptura amorosa uno tiene más culpabilidad que el otro.
Uno de los mayores encantos de la mujer es su encantadora lucha contra su propia vulnerabilidad. La estabilidad en una relación amorosa depende más de la voluntad de uno que del deseo de dos. Lo que hace más espléndido al amor es su tendencia a objetivarlo todo. Es inevitable que cuando se deja de admirar se comienza a dejar de amar. Mientras las mujeres prefieren hacer el amor con el hombre a quien aman, los hombres prefieren hacerlo con la mujer que los ama.
Las soledades que logran concordancia en un amor hacen del amor el sepulturero de toda soledad. Terminamos siempre por amar en los demás lo que más amamos en nosotros. En toda infidelidad pierden dos. Mientras que el hombre tiene a la pornografía como un placer, la mujer hace del placer erótico un culto.
Cuando las necesidades sexuales del hombre son mayores que su sentido común, su sentido del amor queda desplazado. En todo caso, la antesala del amor y su requisito previo, más que el fugaz conocimiento mutuo, es la amistad. No existe, entonces, el amor a primera vista.
A la mujer, si no te gusta, déjala; pero lo que no te guste de ella no se lo digas si no quieres que sea ella quien te deje. El amor no nos salva de la muerte, pero al menos impide que tengamos que morir con el corazón arrugado por la soledad.
-Reflexiones existenciales de Germán Uribe.