Perjure y grité, clamando que desaparecieras. Clamé, rogué, solicité a los mil dioses y demonios el saberte lejos y verme a salvo de ti. Me arranqué la piel, intentando quitar de mi memoria las huellas que tus besos tatuaron en mi cuerpo.
Es increíble pensar cómo un corazón es capaz de aferrarse a un sentimiento más allá de la brevedad que puede vivir tal emoción. Los días que compartimos juntos se traducen, ahora, en milenios de nostalgia y melancolía.
Por eso mismo, me arrastré en el abismo donde las almas abandonan sus maldiciones y ofrecen parte de su pureza para vivir un poco más de tiempo con algo de paz. Llegué al fondo y levanté mi cuerpo a duras penas, sosteniéndome de rodillas, cubierta de barro y dolor, empapada en llanto y tristeza.