Se calló. Se sentó, y cansada de luchar comenzó a llorar. Su apariencia rota, su ropa sucia y su pelo despeinado al viento. Se miró, estaba fea, llena de rasguños, heridas abiertas, cicatrices sin sanar y moretones de la vida.
¿Cuándo el mundo se te quedó tan grande? Lloraba y recordaba tiempos mejores, tiempos en los que podía sentirse grande. En los que no le faltaba de nada. Donde todo estaba perfecto, donde podía volar alto ¡MUY ALTO! y sin miedo a caer. Su corazón latía lento, casi a punto de pararse, como pidiendo que uno de esos fuese su último latido.
Se miró las manos. Las tenía enrojecidas y agrietadas, le costaba mucho tirar de todo. Mientras su cabeza daba vueltas, dio en la respuesta acertada. La única que va a estar ahí siempre era ella. Ella que fallaba y aprendía.
Ella tan valiente como para seguir con vida, tras cada golpe por duro que sea. Tras cada paliza, aunque quedase medio muerta. Comprendió que vivir se basa en saltar las piedras del camino y aprender a caerte lo menos posible.
Tratando de ser feliz. Concentrando la felicidad en pequeños instantes que se recordarán durante toda una vida. ¡Venga pequeña! ¡Tú puedes! ¡CÓMETE EL MUNDO!