La vida es frágil. Irrumpe, nos bandea de un lado a otro, nos acerca y nos separa. Nos atrapa, nos aísla. Nos sorprende, nos conquista, nos convence. Y, algunas veces, y sin previo aviso, nos golpea con violencia y de forma inesperada desaparece.
A nuestro lado, surge entonces, el silencio, el vacío. Las palabras se ahogan en la desesperación; porque el dolor busca ser compartido pero no quiere ser aliviado. Y la convulsión transforma el ahora en el ayer, y el mañana en agonía. No sabemos esquivarlo, no podemos ignorarlo y no queremos aceptarlo.
A nuestro lado, surge entonces, el silencio, el vacío. Las palabras se ahogan en la desesperación; porque el dolor busca ser compartido pero no quiere ser aliviado. Y la convulsión transforma el ahora en el ayer, y el mañana en agonía. No sabemos esquivarlo, no podemos ignorarlo y no queremos aceptarlo.
Por eso, si un día a las tres de la madrugada tienes ganas de dar los buenos días, no esperes a que amanezca. Si una noche el teléfono te despierta, no dejes de contestarlo. No renuncies a un paseo porque esté lloviendo, a encender un fuego porque sea verano o a un momento porque haga frío.